Le saphir de Saint-Louis tiene como objeto hacer visible la catedral de La Rochelle. Eso es lo que le pidieron a Guerin. A él le pareció algo extraño porque conocía La Rochelle pero, creyéndose sensible a la arquitectura como se cree, no recordaba que, en sus anteriores visitas, hubiera visto ninguna catedral. Eso, el hecho de que parte de la arquitectura de la ciudad pasaba desapercibida, era lo que habían observado y querían remediar, dándole visibilidad, desde el Festival International du Film de La Rochelle.
Aparece la veleta de la catedral. Presente el aire siempre: el viento que mueve una cortina pero no mueve la nave, ese elemento lo une todo. Estuvo tentado de dedicar su historia al sacristán que explica a las alumnas cómo se produce, gracias al aire, el sonido en el órgano. Pero la historia del zafiro le parecía más fácil de contar. Se fijó en un cuadro, o el cuadro en él, de la sacristía y empezó, como un detective, a investigar y recopilar datos sobre el suceso que se entreveía, él lo imaginaba, en el lienzo. Conseguía jugar así con la palabra nave en su doble acepción de barco y de cuerpo, tronco arquitectónico, de la catedral. Esa idea provocativa de que templo y barco sean lo mismo le llevó a imaginar a un pintor anónimo de exvotos que recibe el encargo de inmortalizar a esos negros (la trata de esclavos era un pilar de la economía europea en ese momento) alzando sus manos para rezar. Guerin escribió el texto -un tanteo, una exploración- que Andre Wilms (actor habitual de las películas de Kaurismaki) lee, haciendo de la voz un paisaje sonoro que marca el tiempo, recordando sus lecturas de libros de aventuras. Escoge como banda sonora La ville des pirates (creada para la película del mismo título) que amablemente le cede el compositor chileno Jorge Arriagada.
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