Ayer fuimos a ver esta exposición de carteles en la Sala de la Pasión de Valladolid. Cuando entramos, Lola, que tiene 5 años, me pidió la cámara para hacer una foto a esta maravilla de Richard Lindner. ¡A veces tiene un ojo…! El caso es que las obras, en su mayor parte litografías y serigrafías, expuestas allí estaban muy bien y tardamos mucho más en recorrer este pequeño museo de lo que teníamos previsto (cómo el cartel que la anunciaba era tan horrible…). Disfrutamos.
Me llamó la atención la cantidad de gente que había en la sala. Lo achaqué a la popularidad del cartel, gráfica cercana casi siempre porque lo que pretende principalmente es vender, en este caso fiestas y eventos en muchos casos. Más tarde, sobre todo después de oir unos cuantos diálogos a mi lado, llegué a la conclusión de que era algo mucho más sencillo. Hacía sol, hacía frío, era sábado por la tarde… Y la sala está abierta, incluso los domingos, hasta las nueve y media. Por fin un lugar del que no te echan temprano, al menos no tanto como en muchas otras galerías. Así se consigue que la ciudadanía disfrute, discuta, comparta o desprecie el arte, acercándolo un poquito. ¿No?
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