Después de la apresurada salida (es inevitable enrollarse más de la cuenta en el desayuno) hacia el cine, con carrera incluida, el domingo por la mañana, nos tuvieron esperando casi una hora en la sala esperando a una persona que tradujera los diálogos. Mi vecino de butaca aprovechó para contarme que él había ido allí con la entrada de su hija que se acababa de doctorar en algo relacionado con el cine. Además me intentó vender una estancia en su casa rural. Él enseguida vió que a nuestro grupo podía interesarle Castronuño y me enseñó las fotos en su móvil. Después de la larga espera (por la que el director pidió disculpas pero malamente, con la luz todavía apagada) vimos el documental Café Wadluftd y respiramos entre esas preciosas y acogedoras, como su gente, montañas. Salimos con buen sabor de boca y con hambre. No había manera de encontrar un lugar para comer -con tanto retraso se nos hizo tarde- pero tuvimos la suerte de toparnos con un asador al que seguro que volvemos.
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