lunes, 24 de abril de 2017

Reunirse

Hace ya unos cuantos años, 20, fuimos en Madrid a una muestra titulada La casa, su idea. Ángeles, Santi (de quien es la imagen del cartel), Lutxi y yo lo recordamos de vez en cuando, aunque no sé si fuimos todos juntos o no. Seguro que miramos las obras con bastante atención, nos reímos, charlamos y nos montamos en el metro con destino a otro espacio lleno de arte por descubrir. Supongo, nos solía pasar, que nos pasamos algunas paradas y tuvimos que retroceder no porque estuvieramos hablando de Florentino Díaz o Eva Lootz sino porque teníamos que contarnos mil y una hazañas cotidianas. Nuestros encuentros en la capital eran un poco locura. Queríamos ver y comentar todo pero por encima de todo queríamos reunirnos. Así que olvidamos muchas exposiciones de aquellas que creíamos inolvidables. Esta, quizás por el tema y porque conservamos el catálogo, no.
He leído hace poco que Emily Dickinson escribía sus poemas en papeles recortados en forma de casa. Lo cuento mientras pienso que sabéis a qué me refiero. Porque aunque los castillos, los iglús y las cavernas también lo sean, tenemos interiorizada esa forma trapezoidal que usaba la poeta. Con 3 o 4 años ya se dibuja ese estereotipo. ¡Representa tantas vivencias que todos queremos decir algo y hablar de nuestra casa! Y también de los espacios abandonados, de los ocupados… anécdotas tristes, curiosas, alegres y, a veces, casi increíbles (podéis preguntar a Lutxi).
Los hoteles, casi siempre modestos, han sido poco frecuentes en nuestras vidas si comparamos con la cantidad de noches pasadas en casas de amigos o conocidos. Ahora, hace unos años ya, con Bnb, también de desconocidos. Hemos compartido pisos con personas asuntes, presentes por sus enseres, o no, muy diferentes. Personalizamos más de 15 o 20 veces paredes, llenamos estanterías, cambiamos la cama buscando la luz para sentirnos como en casa en nuestra habitación. Llevamos ciertos objetos, dejamos atrás  muchos otros. En algunas fotos de papel de tiempos pasados aparecen lámparas, carteles o libros que no hemos abandonado. Dejamos huellas en algunos espacios, no solo en los que fueron nuestros por un tiempo, pero también recogemos las de otros lugares. Tengo pequeños trozos de vidrio de una fábrica de la que nunca llegue a oír la sirena o de una discoteca que hace no tanto, o eso nos parece, ofrecía gustosa su bola de espejos como cielo. Además de admirar el vacío con rastros de momentos vividos pasas a imaginar que haría allí nuestro admirado Gordon Matta-Clark. Entran ganas de tirar paredes o agujerear el suelo para espiar a la vecina, como en la película taiwanesa The Hole. Pero eso de las chapuzas, las obras de construcción o mejora, casi mejor dejarlo. Tema peliagudo. De mometo vamos a intentar sentirnos a gusto encontrándonos en Espacio Local, sintiendo la protección del hogar en una sala que nos invita a habitarla.





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