miércoles, 27 de enero de 2016

Padre e hijo

Quedé con Txutxi para ver la exposición de Juan Girald. Era tarde, no nos encontrábamos… Acudimos medio enfadados (suele pasarnos) cada uno por su lado. Nada más entrar en la primera sala me daba igual todo lo anterior. Estaba fascinada. Hacía tiempo que no me había gustado así una pintura. Enseguida hice fotos y escribí a Irene. Me contestó: Ahora tienes que leer el libro de su hijo. Ella me lo había prestado unos días antes y yo ya lo había leído. Se lo dije. Llegó Txutxi. Nos pusimos a comparar las pinceladas con las de Uslé, las tonalidades elegantes y las composiciones con algunas de Diego Lara (los colages del final de la exposición), los gestos rápidos con los de Guston… Yo pensaba también en Juan Ugalde, no lo dije porque ya estaba bien, parecía que con tanta comparación quitábamos mérito a las obras. Txutxi se quejaba de algunos textos rompiendo el misterio del cuadro. La muestra es corta pero la disfrutamos a fondo. Salimos casi corriendo y con sed colgados del teléfono. Teníamos que ir al concierto, no uno cualquiera, el de nuestras chicas (Lutxi y Santi nunca las habían visto sobre el escenario) del coro Al altu la lleva.
A los dos días volví al museo, tenía que repetir la visita. Pensé en lo que había leído en Tiempo de vida. Busqué en las paredes el reflejo de las palabras de Marcos Girald Torrente: historias sobre los vaivenes de su relación en la infancia y adolescencia, sobre las visitas al estudio, sobre las etapas y la evolución que el observa en la obra de su padre. Fantaseé con encontrar la enfermedad y la muerte pero no pasó. Me inventé relaciones personales, íntimas, entre la señora del bastón decorado, que se detuvo tanto como yo en la contemplación detenida de la exposición, y el pintor. Observé a cada visitante. Me fuí con ganas de aprender a captar y trasmitir ese equilibrio, esa elegancia innata.





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