Cuando llegué hace 15 días a Lisboa y paseaba camino al hostal acompañada de Irene (que había madrugado para ir a buscarme) me llamaron la atención, por su forma, su color y sus preciosos números, estas cabinas. Las rodeé hasta ver que se trataba de lugares donde guardar objetos personales, como cualquier taquilla, pero pensadas para gente cuyo hogar habitual es la calle. De ahí su tamaño. La iniciativa es interesante a nivel humano y también estéticamente. Creo que es importante que lo sea entre otras cosas para llamar la atención de los posibles «donantes». No fuimos las únicas en pararnos a buscar una explicación sobre su uso y mirar si contenían algo (así que, al menos por un momento, varias personas pensamos en las que viven sin casa y su manera de moverse). Las fotografiamos. No vimos más cabinas por la ciudad pero si personas con su maleta y sus bolsas al lado o montones hechos con escasas pertenencias bajo los colchones. Así estaban por ejemplo alrededor del Mercado de Arroios, donde solía verlos cada mañana.
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