Tuvimos la suerte -yo ya tenía ganas por una cierta proximidad (mi padre vendió un tractor a un marroquí, aunque creo que lo iba a trasladar por piezas, hace años) con la historia- de ver El Rayo hace unos días. Me admira que una historia tan sencilla se cuente tan bien y sea amena.
A Susana y a mi nos sorprendió el ambiente pueblerino (suspiros y charla incontrolada, a la manera de las sesiones de los sábados en Pumarín, provocando algún que otro: "¡Silencio!") en un lugar que suponíamos, al menos yo, más cool.
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